Recuerdo bien
las tormentas que me trajeron hasta aquí. Las vi retransmitidas por la tele que
continuamente daban noticias de los diferentes destrozos causados. Inundaron
pueblos y ciudades, rompieron carreteras, se llevo algunas vidas. En aquel
momento protegido desde mi cuarto piso la lluvia era algo secundario en mi
vida. Mis problemas eran otros. Llevaba un año en paro tras el accidente,
sumido en una depresión que ni yo mismo conocía, aunque todos los que me
rodeaban estuviesen convencidos de su existencia hacía meses. Mi mujer aguantó
lo que pudo y mientras la fuerza del agua arrastraba la ALP-503 hizo las
maletas y se fue. La vi subirse a un coche que la esperaba y como arrastrada
por la fuerza del agua desapareció para siempre. Cuando llegó la calma, tras la
tormenta, recogí los lodos de mi vida, empaquete los recuerdos, retiré los
escombros acumulados en los últimos meses y decidí que había que empezar de
nuevo. Aquella tormenta pudo ser el desencadenante de una gran tragedia y sin
embargo fue el impulso que necesitaba. El agua y el viento se llevaron los
anclajes de mi miedos y mi lastima, los rayos y truenos hicieron saltar la
chispa que necesitaba para seguir
caminando.
Las torrenciales lluvias de 2010 eran la forma
de comenzar mi destino. Nunca creí que nuestras vidas estuviesen marcadas desde
el principio, pero esa tormenta cambio mi forma de pensar. Nací para desenterrar esa tumba, para aclarar este
misterio que durante décadas ha tenido en vilo a este pueblo. Aunque para ser
sinceros, no lo hago por ellos, solo por mí, para cumplir con mi destino.